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DE COSTAS A_ #  BEATRIZ SÁNCHEZ MADRUGA

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Cuentan las lenguas oceánicas que actualmente caminamos inmersas en una tremenda variabilidad, turbulencia e inseguridad. La emergencia corona el devenir vital y el asalto a lo cotidiano, esta última palabra que no puede ser por desgracia pronunciada por todas.

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Pensemos para empezar en la palabra economía ya que está omnipresente en cada telediario. Proviene de dos étimos griegos: οἶκος (casa) y νÏŒμος (ley, regla) que en su primera expresión venían a significar literalmente la administración de una casa. Esta misma significación etimológica viene a repercutir directamente en la actual y más sencilla acepción que para nosotras tiene la economía personal, organización que permite la subsistencia de un hogar, de sus habitantes. Al parecer, los desmesurados ejemplos de los más exitosos en las grandes bolsas mundiales y los colosales presupuestos de los mayores patrimonios en pocas ocasiones dan cuenta de la importancia de este consumo de primera línea que nos observa desde nuestro kilómetro cero. Sin embargo, ¿no es esta la que nos afecta, también, de lleno? ¿Y no es también la incidencia sobre esta misma organización de lo cotidiano en otros puntos del globo una de las causas del titánico esfuerzo que hace sostenible o imposible el mantenimiento de la vida, empujando irrevocablemente a la obligación de migrar?

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Caminamos inseridas en la era del precariado. Se presentan aquí severas dificultades en el ámbito de las condiciones básicas materiales que a su vez atentan de una manera punzante e implacable contra la posibilidad de establecerse equilibradas en lo que atiene al ámbito psicológico-afectivo. Esto tiene profundas consecuencias a corto, medio y largo plazo. Sentirlas será sencillo si observamos en el propio devenir el vilipendio diario en el plano de acceso a derechos básicos: a la vivienda, a la existencia de unos presupuestos dignos en la esfera pública dedicados a la salud, a la educación, pensiones, a la conciliación familiar y a los cuidados, por consecuencia al respeto, a la igualdad, a la justicia y a un extenso y voluminoso etcétera. Este permanente grado de inestabilidad personal parece crear en ocasiones una profunda rigidez frente a la vulnerabilidad de las otras -si es que consideramos que existe esa otredad diferenciada de el nosotras-; unas se escudarán en que la carga personal es tal que ni fuerzas en muchos casos les quedan para compartir el peso de lo que presuponen les es ajeno; otras hará tiempo que quizás cerraron los ojos ante la evidencia y no pretenden volver a abrirlos; y no existe aquí comparativa de casuística que pueda abarcar el espectro de posibles a contemplar.

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El temor a lo inefable nos asalta dentro de una piscina descubierta en la que imaginamos ser atacados violentamente por un enorme escualo o desde la isla solitaria sobre la que Kant ponía sus seguridades -hoy líquidas según Bauman y nebulosas si miramos algunos párrafos en los escritos de Paul Virilio (sic), dentro de su Estética de la Desaparición- definitivamente, mare tenebrum. Esta tenebrosidad contaminada tiene relación con la categoría de lo siniestro en el sentido de la profundidad y de lo inusitado de un reconocimiento en el que inserimos una experiencia que nos deja fuera de lugar a la vez que la pervivimos, la sobrevivimos, quizá la supervivimos. El hábitat se diluye y borra a todas aquellas personas que no tienen posibles para soportarlo.

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Reubiquémonos, aunque torpemente, en la contemporánea obligada condición nómada y en sus características. Imaginemos previamente la cantidad de pasos que lleva a sus espaldas este planeta, en cuantas ocasiones un pie delante de otro pie hizo temblar la tierra bajo otros pies; y en cuántas otras quien caminaba, era quien temblaba y sintió esa vulnerabilidad anteriormente citada.

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¿Cuántas continúan sintiéndolo? Según datos de ACNUR, el número de desplazados forzosos superó en 2020 el umbral de 82,4 millones. En 2018, 70,8 millones.

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Intercambiemos las pieles, sumergiéndonos en aquella que aún consideramos la otra persona. Cambiamos el lugar por diversos motivos, unos más asépticos que otros, actividades como el estudio o la búsqueda de trabajo son parte de este periplo, pero partimos en este caso de que aunque estos contextos particulares puedan entrañar dificultades, migramos para mejorar nuestra vida. Hay otras personas que cambian de lugar para poder conservarla y se quedan por el camino en ese tránsito sin llegar a puerto. Más bien, no les permiten llegar, ni a ellas ni a las personas que facilitan ese tránsito -véase la situación vivida por la capitana de la embarcación humanitaria alemana Sea Watch, Carola Rackete, cuando al atracar en el puerto de Lampedusa después de una larga espera con refugiadas a bordo de la embarcación fue detenida mediante cargos cuestionables-. Son obligadas a partir no solo por las condiciones económicas sino por una presión en lo político y en lo social; aquí todo va de la mano y el precio a pagar si se quedaran allí es indecible.

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El imperativo de poner atención a las necesidades de las comunidades, se bosqueja en la cuestión de que resulta indispensable la puesta en valor de una renovada perspectiva dentro de la comprensión de las nuevas realidades sociales, políticas y culturales. Se manifiesta la expresión compleja de diversos lenguajes a los que es menester dar el altavoz, en términos también de reconocimiento, y la escucha promete ser pieza fundamental en la resolución de próximos conflictos y redistribución de los conceptos que erigimos a priori sobre lo que compone a quien tenemos delante de nosotros. Hoy en día necesitamos escuchar a la velocidad de la luz para dar cuenta de la realidad que nos atiene. Sucede que la escucha es un proceso que requiere de tiempo y poso. Las distancias entre el nosotras y las otras exigen acortarse y fundirse, comprenderse y relacionarse. Las líneas escritas en esta capa que cubre idealmente nuestra dermis, se regeneran como un palimpsesto que en este caso no debe olvidar las letras que fueron escritas en su previo germinar.

Una de las consecuencias de la globalización son los cambios en la insaciable búsqueda de materiales, energías, para convertirlas en determinados productos que sirvan para calmar las supuestas necesidades -creadas en muchos casos por el propio contexto- de una determinada población que puede acceder a los costos económicos de estos productos. Resulta evidente el hecho de que la adquisición de estas materias provoque en muchos casos conflictos graves en las áreas afectadas que generan asimismo problemáticas para las personas que en muchos casos tiene que huir de estos terrenos, fruto de este esquilmar; pero los países de recepción de estas materias y de estos productos no se hacen cargo de las heridas abiertas que provocan en los territorios ni de las problemáticas que para estas personas pueden suponer tener ciertas industrias en su hábitat cotidiano.

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La población se ve expulsada de sus territorios también por otras causas derivadas convertidas en el llamado Antropoceno -la denominación de una nueva época geológica propuesta por la comunidad científica, considerando la influencia del comportamiento del impacto negativo del ser humano en el planeta que constituye un duro golpe en los ecosistemas y por tanto un cambio global significativo-. François Gemenne utiliza la denominación “refugiadas climáticas” -obviando la otra denominación más laxa “migrantes climáticas”, que aún siendo la operativa jurídicamente, obvia en todo momento y despolitiza el hecho de que las migrantes por el cambio climático estén igualmente perseguidas, infringidos sus derechos fundamentales, los de las más vulnerables- como un instrumento de defensa para poner de manifiesto la importancia de resaltar los aspectos políticos de las causas de las migraciones que considera a estas personas víctimas del desarrollo industrial. Aquí se reactiva uno de los elementos angulares del espíritu del Derecho Internacional, de las personas refugiadas, la necesidad de protección internacional de las víctimas y del hecho de que las acciones de un determinado territorio repercuten directamente en otros. En este caso, son los países con mayor industrialización, los que podrán y deberán esforzarse más por detener las emisiones de gases de efecto invernadero, los menos afectados en comparación por las repercusiones del calentamiento global.

 

El modelo insostenible del Norte global básicamente soportado en la quema de combustibles fósiles provoca una de las más graves amenazas para las generaciones presentes y futuras, sobre todo para quien habita el Sur global. A pesar de la gravedad del asunto, son escasas las políticas y los instrumentos normativos relativos a la mejora de estas condiciones.

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Las luchas por la defensa de estas causas, en aquellas que no quisieron abandonar su tierra, van sobre las espaldas de las mujeres. Estas, por razones de condicionamiento social se ven abocadas en su mayor parte de las ocasiones a ser las más afectadas por el cambio climático. Motivos como catástrofes, desastres naturales, afectan si cabe en mayor medida a las mujeres debido a las inhibiciones sociales que prohíben desarrollar actividades para la supervivencia -no pueden correr, trepar a los árboles, las pesadas formas de vestir...-. Mirando a la situación en la mitad de los países africanos, las mujeres constituyen la mayor parte de las personas que se dedican al sector agrícola, teniendo en muchos casos que recorrer ingentes cantidades de kilómetros para cargar agua, para beber, regar y realizar las tareas domésticas; siendo estos trabajos no remunerados. Esto repercute en que en este continente, las mujeres tienen catorce veces más probabilidades de morir debido a los desastres que los hombres, justificándose esto por las terribles condiciones de nutrición, salud y trabajo. Y qué decir de los asesinatos que les brindan a las lideresas sociales en América Latina, quienes luchan por mantener alejados de sus tierras a los poderes que esquilman sus riquezas naturales y a sus gentes. Entre 2019 y 2020 fueron asesinadas 62 defensoras de los derechos humanos y lideresas sociales además de 3 mujeres familiares de dichas personas.

Las barreras económicas, políticas y sociales también hacen que ellas permanezcan en sus lugares de origen tiempos de crisis a pesar de que esto suponga un riesgo grave para su vida, en los territorios en los que habitan, en conflicto. Se quedan cuidando la casa y los miembros de la familia que no pueden por diferentes motivos -enfermedad, imposibilidad de movimiento-, migrar. Una película que ilustra estas palabras es La Piedra de la Paciencia, de Atiq Rahimi, donde una mujer en Afganistán en pleno conflicto armado que hace temblar su casa a cada hora, cuida de un esposo veinte años mayor que ella que había recibido un balazo y estaba en estado casi vegetativo. Para liberarse del peso que la ahogaba, expresa todo lo que siente dentro de las paredes de la habitación donde habita el marido, convirtiendo al lugar y al hombre en la piedra de la paciencia, el objeto persa que escucha y se debe destruir después para que las problemáticas desaparezcan junto a él.

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Como decía Ulrich Bech, lo primero que globalizamos son los riesgos, la degradación del planeta y con él, las relaciones de los seres que en él habitan. Las fronteras se fortalecen, se cierran, se blindan frente a los cuerpos extraños de lo interno, no hay ósmosis. Se entiende que aquí existe una cadena de emergencias que no podemos obviar en ningún caso. Para los hechos emergentes, el todo no es igual a la suma de las partes, y esto significa que dentro de los acontecimientos sociales, políticos y económicos, no podemos controlar totalmente las consecuencias de unos determinados actos contra todo lo que se pueda pensar en relación a las previsiones y demás organizaciones. Los propios componentes de estos actos son en sí, emergencias: las personas son pura contingencia, cambio, proceso. Inesperadas son las tornas que se esconden dentro de sus objetivos, imaginemos pues lo que puede suponer esto en una organización a nivel macro, a escala global. Vinculada a estos términos se encuentra la mal llamada crisis migratoria

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La definición en España de refugiada abarca a toda aquella persona que debido a fundados temores -de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas, pertenencia a un determinado grupo social, de género u orientación sexual-, que se encuentre fuera del país del que posee la nacionalidad no puede -o a causa de dichos temores no quiere- acogerse a la protección de tal país, o al apátrida que, careciendo de nacionalidad y encontrándose fuera del país donde antes estuviera su residencia habitual, por los mismos motivos no puede o no quiere regresar a este. Por otra parte, las condiciones para el reconocimiento del derecho de asilo son que estos fundados temores tengan relación con una reiterada y grave violación de los derechos fundamentales amparados según el Convenio Europeo para la protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, o ser una acumulación de violaciones de varias medidas, incluidas los DDHH. Dichos actos de persecución podrán revestir actos de violencia psíquica, física o sexual; medidas legislativas, administrativas, policiales o judiciales que sean discriminatorias o desproporcionadas, procesamientos o penas por la negativa a prestar un servicio militar en un conflicto, o actos de naturaleza sexual que afecten a adultos o niños. En estas definiciones, no se añade por ejemplo la cuestión de la necesidad de refugiarse por causas climáticas.

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Además, el estatuto de ciudadanos no es compartido. En el texto de Hannah Arendt, Nosotros, los refugiados, nos habla sobre el olvido obligatorio, el infierno realizado, el futuro invocado que se puede entrever cuando se dice que son “futuros ciudadanos” o “extranjeros enemigos”. Algunos prefirieron en aquel momento morir para ahorrar el sufrimiento que vendría. Los seres humanos dejan de existir, y simplemente prevalece el “ciudadano normativo”. Dentro de los conceptos de la ciudadanía actual encontramos el concepto de la republicana y de la liberal. La republicana se basa en la participación activa en la política, en el hacer hincapié en que la política tiene que aguantar, sostener, por el bien de sus ciudadanos. Lo privado en este caso está fuera de lo político. Se busca el bien común, y luchar contra lo que corrompe, la política ha de estar enfocada a lo común en detrimento del interés privado. Por otro lado, la ciudadanía liberal se atiene al lenguaje de los derechos, lleva consigo la idea no participativa, si no en el sentido negativo de que “la política me permita realizarme como individuo”, la ciudadanía como un estatuto legal, no desechando los derechos pero tomando prioridad las responsabilidades y las obligaciones. Observemos cual es la que prima en nuestro ámbito o cual es la que se está aplicando más allá de estos reticulantes marcos...

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Decía Margaret Von Trotta dentro de la película en la que encarnaba a Hannah Arendt que “carecemos de pensamiento representativo, que renunciar a la capacidad de pensar es dejar de discernir, hace posible que se cometan actos de barbarie a una escala enorme, actos nunca antes vistos. La esencia del pensamiento no es la del conocimiento sino la que distingue entre el mal y el bien, y se busca que el pensar de fuerza a las personas para que puedan evitar el desastre en aquellos momentos en los que todo parece perdido”.

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Cerca de nosotras, en el cono sur de la Península, nos encontramos con el mayor punto de muerte en un corto espacio-tiempo. Las experiencias contadas por todas aquellas que han cruzado el Mediterráneo en busca de una vida mejor en pos de unos papeles que sangre y sudor cuesta conseguir a pesar de que cumplan en todo momento los requerimientos hielan la sangre. Sobre el Mediterráneo y su fondo. Lleno de cadáveres oscuros. Opacados. Según el proyecto Missing Migrants (tracking deaths along migratory routes) se estima que ochocientas veintisiete personas han perdido la vida durante este año 2021 en el mar Mediterráneo, a fecha de junio y que se tenga constancia. Cadáveres del mercado negro y del blanqueamiento de capitales. Un punto de sudor que resbala por la mejilla y la velocidad en los ojos abiertos a más no poder de quien tiene miedo a lo desconocido. Los datos no llegan, se censuran, se silencian y van a un rincón de la memoria llamado olvido. Los medios se hacen eco intermitente de esta situación y este silenciar invisibiliza en este caso el goteo constante de muertes. Almacenado, aparcado, ahogado y desbordado en todos los sentidos.

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Las personas que logran llegar igualmente se ven sometidas a crueles procesos que cuestionan su camino, social y judicialmente. Erigir muros físicos y mentales para contener la llegada o para generar situaciones de desigualdad a la hora de situarse ya dentro de sociedades nada acogedoras parece un comportamiento humano que destila poca humanidad. Estamos asistiendo día sí y día también a un cierre fronterizo manifiesto y férreo aparentemente sin vuelta de hoja a pesar del avance que se presupone en ámbitos comunicativos salvando las distancias cómoda o instantáneamente por aire, océano y tierra; real o virtualmente. Según comenta la forense italiana Cristina Cattaneo, las lesiones de los cuerpos que se encuentran en el Mediterráneo no son muy distintas de aquellos que provienen de restos de personas torturadas en la Edad Media en Milán. Es evidente aquí la potencialidad y necesidad de la memoria y visibilización de este horror, ya que no somos mejores que aquellos que nos precedieron en estos términos de memoria y ausencia.

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La escritora somalí Warsan Shire, en su poema hogar, da cuenta de esta sensación acumulada, de estos hechos referenciados: “Nadie abandona su hogar, a menos que su hogar sea la boca de un tiburón. Solo corres hacia la frontera cuando ves que toda la ciudad también lo hace (...) Tienes que entender que nadie sube a sus hijos a una patera, a menos que el agua sea más segura que la tierra”. El gallego Antón Patiño en su poemario Océano y Silencio, “Océano y silencio. Sentir el mar abierto/ plagado de náufragos/ El cementerio marino/ del drama incesante/ Nuevas muertes hoy/ Los cuerpos doblados/ que el mar devuelve”.

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Las labores de comunicación, de visibilización de lo que queda bajo la superficie, tienen gran importancia en un mundo donde la información está a la orden de la milésima de segundo y presenta tamañas máscaras y corazas. El devenir artístico, lente indisociable de las transformaciones sociales y de las metamorfosis de amplio espectro, contiene un papel fundamental que es necesario activar. La sensibilidad va a cara descubierta, el arte no da la espalda a ninguna de las aristas de la realidad o de la ficción percibida. Ni tan siquiera niega a aquellas que no se dejan percibir. Queda a la escucha, abierta, permeable. La creatividad y las profesiones que tal determinan y necesitan están en gran medida castigadas en estos contextos, para más en lugares donde la censura es el pan mismo de cada día. En palabras de las filósofas mexicanas Maria Antonia González Valerio y Rosaura Martínez Ruíz, el término censura habla sobre el límite mostrable, lo decible, o lo no mostrable. En lo interno de estos límites cabe albergar la moral, la ofensa, la percepción estética, el juicio del gusto, la intolerancia o la supuesta corrección política. Existe censura dentro y fuera de las instituciones, con fines concretos y otros germinando por el ca - mino andado. Hay múltiples fuerzas que quieren controlar la ideología y someter a los cuerpos desde fuera, implicados en una estructura que fortalezca estas dinámicas opresoras. No es necesario más que observar cada una de las prohibiciones que caen sobre las mujeres y sus cuerpos en Afganistán para percatarse de que no es casual que tanto la escucha de música como el visionado de cualquier audiovisual, ya no digamos de producir alguna obra en relación a la cultura o la visibilización de su presencia en ámbitos públicos dedicados a la difusión de la misma; estén vetados. No quiero con esto decir que la creatividad solo se asocie a ámbitos vinculados al arte, sino que esta es una expresión más de esta necesidad impedida. Todo movimiento, congelado; todo trino de pájaro silenciado. El peso y la extensión del burka, las inmoviliza por completo cubriendo y dificultando el movimiento del cuerpo con sus hasta siete kilos de tela densa, de ojos enmarcados y encuadrados en una reja a la que le tupen los hilos para impedir la visión -y las hieren, si ellas abren este escotoma para poder ver, si pretenden escapar de la ceguera, con latigazos-.

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Comprender, comunicar. Estas son partes indisociables de la cultura. ¿Qué sucedería entonces si no se puede comprender para luego transmitir? Cuando pensamos obsesivamente en los reflejos de la realidad, ¿no nos estamos cuestionando quizás cuánto de realidad hay en la materia, cuanto de verdad en la materia y cuánto de realidad en la verdad? Llevamos un tamiz, un filtro implícito, a veces una visualidad alternativa que nos permite colocarnos lejos de la imposición del referente. Andamos en búsqueda de un elemento desconocido que es a la vez ciertamente peligroso debido a su invisibilidad, lo que preocupa porque no es aprehensible. Cuando conocemos, ¿desestimamos? Obcecadas por hacer visible todo, por una parte para esclarecer en una vertiente de componente político-ético que camina en muchas ocasiones a ciegas. Hablaba Rosalid Krauss de las prácticas antivisuales, contra el panóptico totalitarismo de la visión, que no de las visionarias… ¿Somos efectivamente ciegas las videntes para todo aquello que no reúna las condiciones de visibilidad? Lo que no se ve, ¿realmente no existe a nivel de su reconocimiento?

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Para ubicar un ejemplo en esta línea de lo intan - gible presente en el Oriente Lejano, la directora de cine japonesa Naomi Kawase nos acerca la cinta Hikari. Traducida, Hacia la luz. Misako es una guionista cuyo trabajo es transcribir a lenguaje vi - sual las palabras para el visionado de los filmes para invidentes, pero en su descripción exacta pier - de la esencia de la comunicación. En una de las proyecciones, Masaya, un fotógrafo que está per - diendo paulatinamente la vista y que solo conserva una reducida zona de visión le recuerda lo que de esta comunicación se está olvidando. El cierre del escotoma de Masaya será completo, pero esta ce - guera consciente del mundo y plena de recuerdos nos deja abierta la puerta de que el mundo de las sombras y de lo que no se puede ver por incapaci - dad o por inexistencia es efectivamente una de las resistencias y el filtro a la fuerte carga del imperati - vo y en casos tiranía de cierto tipo de concepción de la visión en la cultura occidental contemporánea. De lo propio reconocible, surgen trozos desconoci - dos, incluso de aquello que conocemos de memoria. Para Kawase existen dos formas de conservar el tiempo: una es la memoria y otra el registro. La memoria es subjetiva y muda, y el registro deja huella. Lo que pretende es llevar sus recuerdos a una tangibilización para evitar que estas se evaporen o muden de su esencia primigenia, piensa que el tiempo perdido puede volver con el cine.

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Reflexionando sobre estas palabras, entre la necesidad de visibilización de las diferencias de las comunidades y la necesidad de comunicarlas para que su situación pueda cambiar mediante acciones colectivas, podríamos otear el vínculo con el pensamiento de Nancy Fraser en términos de las políticas de reconocimiento. Fraser sostuvo que las reivindicaciones por la distribución y el reconocimiento de la diferencia y las luchas actuales que éstas impulsan suponen dos paradigmas de justicia. El objetivo de Fraser es emplear los dos paradigmas para explicar la dinámica de las luchas sociales en las sociedades actuales, y al hacerlo, dar lugar a reivindicaciones justificables por la igualdad social y la justicia económica, y por el reconocimiento de la diferencia. Fraser contribuye haciendo que el concepto de reconocimiento contenga lo empírico y lo analítico; algo que hasta entonces estuvo ausente en ciertas referencias al reconocimiento de lo que se considera lo otro, la autorrealización, la autoafirmación… La política del reconocimiento puede iniciar el diálogo y la reflexión crítica de la vida pública y la propia identidad de la colectividad; entretejiendo las concepciones del uno mismo y de lo otro, generando reposicionamiento y replanteamiento, una reconstitución reflexiva de las identidades colectivas.

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Dentro de la conformación de colectivos, tremendamente heterogéneos, podemos hablar de los asentamientos humanos que se van generando a lo largo de los caminos del devenir migratorio, y de otros que se encuentran cerca de las ciudades de llegada, inseridos en ellas. Bela Tarr, -húngaro al cual las autoridades de su país impidieron al ver las intenciones de sus películas cursar estudios de filosofía, y que optó por cultivar la cinematografía-, realizó en su primer largometraje de ficción documental, Nido de Familia (1977), un estudio sobre la problemática de la vivienda que ahoga a los habitantes de dentro, arrastrándonos a nosotros con ellos en el plano de su sentir. Trabajos asfixiantes, sin recursos, jóvenes con un panorama desolador a sus espaldas y en su horizonte.

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Se establece aquí una directa analogía con lo que sucede en los asentamientos que se suelen llamar campos de refugiados -cuyo refugio se convierte en una violencia y una precariedad absoluta, en muchos casos gestionada externamente con unas intenciones que distan sobremanera de lo que en primer lugar se entiende como protección- y en las periferias de las ciudades en las que se están formando lugares en los que habitan las recién llegadas y las no tan recientes, lugares que se convierten en guetos, en los que las durísimas condiciones están estableciendo organizaciones propias, comunitarias entre los grupos de refugiadas para dar respuesta real a las necesidades con las que se encuentran. Kivanc Kilinc, de la Universidad Americana de Beirut compartió en una ponencia del congreso de antropología del SIEF el pasado abril en Santiago de Compostela, que muchas de las antiguas áreas ocupadas permanentemente como áreas residenciales periféricas fueron reabsorbidas en los tradicionales espacios urbanos, incrementando la cantidad de personas refugiadas relocalizadas en los centros de las ciudades -en pensiones, edificios públicos no utilizados, etc.- que en muchos casos no tienen acceso a las necesidades básicas. Los asentamientos pasan a ser problemáticas urbanas y esta periferia se vuelve de repente visible. La invisibilidad llega de la mano de la vulnerabilidad inmensa en la que se encuentran las mujeres en esta situación de asedio en los campos. Muchas de ellas han sufrido violencia sexual en el periplo, han sido víctimas de trata, y tiene que soportar situaciones de vejación en las que se abusa reiteradamente de ellas para poder acceder a la comida, productos básicos de aseo, etc. Todo esto dentro de los campos, gestionados por organizaciones que no permiten, respaldan ni asumen este tipo de hechos. Las condiciones de hacinamiento -triplicando o quintuplicando la capacidad real-, el hecho de la nimia intimidad para cualquier actividad, el alcohol y las peleas distan de la dignidad que deberían revestir estos lugares. El el 2017, ACNUR recibió informes sobre supervivientes de violencia de género, 622 personas atrapadas en los campos de las islas griegas. Casi el 30% de los casos habían ocurrido después de llegar a Grecia. Muchas mujeres se sienten con temor de presentar denuncias formales debido al miedo a las represalias por parte de los violadores, por el estigma social, por falta de confianza en el sistema de protección y por pensar que si denuncian quedarían más tiempo recluidas en las islas.

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Otro caso más alentador: en ciudades de paso como Bruselas, un grupo de personas quedan en el parque por la noche organizadas a través de un grupo de Facebook en el que se avisa de la llegada de posibles migrantes, cuando ya han caído las

luces en invierno. Este parque está comunicado con los bosques por donde llegan las refugiadas a la capital belga. Las esperan para poder darles comida y cobijo en sus casas para pasar la noche y que puedan continuar el camino en un momento más seguro. En este caso es la buena intención de los propios habitantes de esta parte de la ciudad la que pone algo de remedio a estas situaciones límite, a pesar de que sea por unos instantes o unos pocos días. Las víctimas de trata en este país pueden obtener un estatuto de protección específico, distinto de la protección internacional, que les permite acceder a un permiso de residencia en el país. Existe para acogerse al mismo, un período de reflexión de 45 días, con un documento de residencia temporal, y deben decidir si quieren colaborar con las autoridades belgas en la identificación de redes de trata o si abandonan el país. Esta última práctica es evidentemente vulnerabilizante, puesto que la decisión que implica está inevitablemente encaminada, forzada. Forzando constantemente a quien desde un comienzo tuvo que dejar lo suyo porque no le habían dejado nada, ni siquiera el poder de decisión sobre su propia vida.

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Los medios de masas se hacen eco de todos estos hechos, y más concretamente las redes sociales son en diversas ocasiones los motores que permiten que algunas de estas personas refugiadas puedan transmitir directamente y sin intermediarios, en tiempo real, visibilizando la situación límite en la que se encuentran. Podrían erigirse quizás como los últimos bastiones de la honestidad en la red, siendo como son estas, en muchas otras ocasiones, falsas. La invisibilizanción de la vulnerabilidad de aquello que no es percibido o que es directamente censurado, y el olvido o pérdida de memoria de aquello que está ausente son dos de las problemáticas de este ahora, dentro de que la gran parte de las dinámicas que habitamos consciente o inconscientemente, son cada vez más intangibles. Comenzando por el pensamiento, continuando por nuestra huella en el recuerdo de los otros, la misma en los espacios habitados e inhabitados en distancias inimaginables, y nuestra vida simultánea dentro de los espacios web.

 

Las sociedades hoy receptoras hacen consideración de los riesgos y consecuencias de sus acciones, y debido a esto, ¿buscan quizás políticas de recepción que sean solidarias y abiertas? ¿Consideramos seriamente que nuestras dinámicas de consumo y vida son equilibradas y que tienen posibilidades de futuro a este ritmo y con los costes que se lleva no tan solo la naturaleza sino las personas que en ella habitan o malviven? No podemos promover que ninguna proporción de la población viva condicionada por lo que la otra parte decida, si además esta última supone una minoría acomodada. La invisibilidad de las que están en continuo y obligado movimiento hace que en esta sociedad hipervisual e hiperconectada pase aún más desapercibida su presencia. Debemos visibilizar y respaldar, reconocer y atender a las consecuencias que las condiciones globales nos ofrecen. Si existieran ventajas, es menester tener vigiladas aquellas que no lo son y que perturban la vida de las que creemos son las otras. No estamos lejos, igualmente somos personas, parece que se nos olvida.

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Mudemos por tanto de piel.

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